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Poliedro

B.Caamaño

B.Caamaño

Mientras él se levantaba de aquel césped que desprendía olor de antaño, empezó a sonar una música de fondo. Era un sonido fuerte, ruidoso y de vez en cuando hasta torpe. Ella, lo miró. Y los dos comenzaron a reírse. No dijeron nada pero él se volvió a sentar.

A veces ella se ruborizaba cuando él la miraba de aquel modo. Eso no significaba nada más que en el fondo, a pesar de querer aparentar ser extrovertida era todo lo contrario. Una niña tímida, insegura, que corre y corre mucho porque eso le divierte pero en el fondo, sabe que muchos de esos pasos que deja atrás están inacabados y que deberá de volver sobre ellos.

Aquella tarde no salió el sol. A pesar de estar siendo una de las primaveras más calurosas que ambos recordaban, no salió y es que los dos tenían una explicación para este hecho como para otros tantos. El resplandor del sol por ocasiones refleja en el cristal del suelo y no deja que se vea la grandiosidad de las sonrisas. Porque una cosa sí es cierta, ella tenía la sonrisa más bonita de entre muchas otras; difícil de reflejar en mi lienzo.

Yo creo que en el fondo se respetaban demasiado. Sus gestos eran de los más familiar pero a la vez tenían algo que los hacía guardar las distancias. En aquel momento, mientras yo los observaba mis dedos recorriendo el saxofón me impidieron centrarme en lo que pretendía; leer su labios. Yo seguía tocando, acariciando mi brillante instrumento. Aquella música que estaba inventando para ellos me estaba envolviendo de una forma espectacular. Todo giraba en torno a mis dedos, a mi pequeño instrumento. Al rato decidí parar de tocar. Estaba agotado. Mi sien desprendía gotas de sudor y mi camisa estaba empapada. Miré el reloj. Llevaba horas y horas tocando.

Logré regresar mi vista sobre ellos. Ana estaba dormida. Él la envolvía con sus brazos y la miraba; no dejaba de mirarla. Creo que por momentos incluso le susurraba cosas muy bajito para que ella no se percatase de su presencia. A los pocos segundos, se despertó sobresaltada. Grito. Preguntó por la música, por mi música. Lo pude ver; lo pude leer con sus ojos. Dormía con mi música. Quizás incluso había estado soñando con ella.

Él la sentó sobre sus piernas de nuevo. Le acariciaba el pelo a la vez que le decía algo. No pude entender con exactitud sus palabras. Estaba a demasiada distancia; quizás debería de acercarme a ellos. Quizás llevando sólo la paleta y el lienzo me fuese suficiente. De pronto, mi música comenzó a reproducirse en sus labios. En sus labios de niño, de hombre... La había memorizado. ¿Cómo era posible?.

Capturé un beso con mi color rojo. Es el mejor beso que he pintado nunca. Tan rojo, tan carnoso, tan esperado en definitiva... Pero no logré reflejar con exactitud su sonrisa, la de ella y la de él. Quizás si el beso hubiese sido de verdad... Que se besen, que se besen. Quiero recoger esos labios con mi color rojo, y con el verde, y el amarillo...  

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